Con esta primera entrada inauguramos el blog «Voces de Europa» del Centro de información Europe Direct de Salamanca, creado a comienzos de 2013. Al margen de llamar la atención sobre aspectos concretos de la actualidad de la Unión Europea, nos gustaría contribuir desde aquí a promover la reflexión y el debate en nuestro entorno más próximo sobre los problemas y desafíos a los que se enfrenta el proceso de integración europea, que no son pocos en los tiempos que corren.
Uno de ellos, y no el menor, continúa siendo el desfase entre las expectativas que la UE despierta en la opinión pública como indudable potencia con aspiraciones globales y la percepción de sus realizaciones concretas en la escena internacional, que no suelen estar a la altura de lo que de ella cabría esperar atendiendo a su teórica capacidad económica, política e, incluso, militar.
Lo cierto es que la Unión nunca lo ha tenido fácil a este respecto y menos aún en el contexto internacional de estos últimos años, sometido a profundas transformaciones que no favorecen precisamente su protagonismo en los asuntos mundiales. No se trata solo de que la UE no se sienta cómoda en «el regate en corto», cuando la reacción ante acontecimientos o crisis internacionales debe ser inmediata, sino que le cuesta también, en tanto que estructura compleja de la que forman parte Estados con intereses muy diversos, adaptarse a esos cambios de largo alcance. A ello se suma, además, el hecho de que las fortalezas de la UE como actor internacional se manifiestan en ámbitos no demasiado mediáticos (comercio, cooperación al desarrollo…), mientras que sus «fiascos» suelen tener que ver con cuestiones que concitan en mayor medida la atención y la preocupación de la opinión pública (gestión de conflictos y crisis particularmente graves). Ni que decir tiene, en fin, que la resistencia de los Estados miembros a ceder protagonismo y a poner sus capacidades, sobre todo cuando estas son muy relevantes u obedecen a determinados privilegios, a disposición de la UE en la escena internacional es mucho más acusada que en el plano de las políticas internas.
Por todo ello, tal vez no debería sorprendernos tanto que, contando por ejemplo con una «Estrategia común sobre el Sahel», la UE se muestre incapaz después de hacer frente como tal a los desafíos más graves en la región (crisis de Mali) y deba ser un Estado miembro en solitario (Francia) quien asuma esencialmente esa misión; o que, habiendo invertido miles de millones de euros a lo largo de las últimas décadas en la ribera sur del Mediterráneo, la ausencia de una auténtica visión política compartida sobre esta zona le impidiera gestionar con mayor eficacia los acontecimientos de la denominada «Primavera árabe»; o, volviendo la vista hacia el terreno estrictamente económico, que constituyendo desde hace tiempo una unión económica y monetaria, ciertamente imperfecta, su representación en foros como el Fondo Monetario Internacional o el propio G-20 esté lejos todavía de ser «unitaria».
La entrada en vigor del Tratado de Lisboa a finales de 2009 trajo aparejadas reformas muy significativas tendentes a atemperar los efectos de algunos de estos problemas congénitos que lastran la capacidad de la UE para ejercer como «potencia global». Entre ellos destaca, sin duda, el nuevo perfil institucional del Alto Representante para asuntos exteriores y política de seguridad, puesto desempeñado en esta primera etapa por la Sra. Ashton, bajo cuya responsabilidad se sitúa el flamante Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) con sus casi 140 Delegaciones (Embajadas) repartidas por el mundo. Las potencialidades de este instrumento son desde luego enormes, pero no deja de ser eso, un instrumento, que por sí solo no dota a la Unión de políticas más consistentes ni rebaja automáticamente su dependencia del impulso que a tal fin estén dispuestos a imprimirle los Estados miembros. Y, aunque sobre el papel todos ellos coincidan en que juntos podemos más y separados estamos probablemente abocados a la irrelevancia, las inercias del pasado suelen terminar imponiéndose en la práctica. El problema es que la construcción de este «nuevo mundo» continúa a un ritmo frenético y nadie va a ralentizar las obras para esperar a la Unión Europea.
Luis N. González Alonso
Director del Centro ED de Salamanca
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