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Ucrania, Rusia y la Unión Europea (parte 2 de 2)

Enrique Sala Ledesma
Enrique Sala Ledesma

Con esta segunda entrada nos disponemos a completar la visión general de las relaciones UE-Ucrania, y para ello debemos añadir a esta compleja ecuación un elemento que resulta esencial para poder comprender las causas y las implicaciones de un conflicto que, como se está poniendo de manifiesto, parece haberse convertido en la prioridad absoluta de la política exterior europea. Nos referimos, como es evidente, a la cuestión rusa, cuyo papel en la «crisis de Ucrania» está siendo determinante no solo por su actitud beligerante sino también por su condición de socio estratégico tanto de la UE como de Ucrania, debido principalmente al poder que le otorgan sus inagotables recursos energéticos y la dependencia europea en este sentido. 

 

La caída de la URSS no solo trajo consigo una redefinición de la geopolítica mundial y de las fronteras europeas, para la nueva Federación Rusa también supuso el desafío de mantener su papel como Estado dominante en el ámbito postsoviético en un nuevo panorama internacional basado en una economía de mercado. Esta situación explica el hecho de que, en la última década del siglo XX, Rusia lanzara un proyecto de integración regional entre las antiguas repúblicas soviéticas conocido como Comunidad de Estados Independientes. Lo cierto es que este proyecto estaba basado más en una cuestión casi sentimental que en una planificación normativa adecuada, por lo que sus efectos fueron más que modestos. 

 

Paralelamente la UE lanzaba en 2004 la Política Europea de Vecindad. Bruselas invitó entonces a Moscú a participar en este proyecto con la esperanza de que Rusia también pudiera beneficiarse de la asistencia a las reformas políticas y democráticas. Sin embargo los dirigentes rusos, convencidos del papel de Rusia como cabeza dominante sobre el espacio postsoviético y sabedores también de su carácter de socio estratégico de la UE en materia energética, reclamaron un marco especial para las relaciones Rusia-UE. La exclusión de Rusia de la PEV explica por qué en la última década el diálogo político y las reformas democráticas en este Estado han brillado por su ausencia. 

 

Por otro lado, si en nuestra anterior entrada hacíamos referencia a la Asociación Oriental, conviene ahora añadir que la convergencia normativa a la que nos hemos referido (la adquisición por parte de Ucrania del 95% del acervo comunitario), ha supuesto que la UE haya comenzado a ejercer una influencia normativa sobre Ucrania (y por extensión sobre el espacio postsoviético) que Rusia, ahora así, ha percibido como una amenaza a su posición dominante en la zona. La respuesta rusa se ha traducido en el lanzamiento de su propio proyecto de integración económica, la Unión Aduanera Euroasiática (UAE). Este nuevo proyecto, a diferencia de la anterior Comunidad de Estados Independientes, parece tener una estructura legal e institucional que lo convierten en una organización destinada a perdurar en el tiempo. La presencia de una nueva organización internacional capaz de interactuar con la UE debería percibirse como un hecho positivo en favor de una multilateralidad eficaz y beneficiosa para ambas partes, sin embargo la actitud beligerante de Rusia y una cierta falta de previsión por parte de la UE (que podría haber previsto una reacción como esa), han convertido lo que debería ser una relación fluida en una negociación de suma cero por ver cuál de estos dos actores se hace con el control normativo sobre Ucrania. En la clase política rusa existe la idea de que ninguno de sus proyectos de integración regional tendrá éxito si no cuenta con Ucrania entre sus signatarios, y con esta mentalidad Rusia lanzó, durante 2013, una cruzada con la que intentó atraer a Kiev hacia su UAE y alejarla de la UE (rechazando el Acuerdo de Asociación a AA). Esta estrategia vino acompañada por una campaña con la que se pretendía denostar los efectos para Ucrania de un posible acuerdo de libre comercio con la UE (DCFTA), al mismo tiempo que presentaba unas previsiones excesivamente optimistas en caso de que Ucrania se integrara en la UAE. Baste decir que ninguna institución independiente ha avalado, de momento, los estudios realizados por Moscú… Pero lo más grave de la situación es que Rusia recurrió a otros métodos mucho más efectivos para alejar a Ucrania de la UE. Las presiones ejercidas sobre Kiev a través del precio del gas (que Moscú hizo subir en repetidas ocasiones), acabaron finalmente por obligar a Ucrania a rechazar el AA por miedo a mayores subidas.  Con las revueltas surgidas a raíz de Euromaidán, Rusia ha continuado jugando sucio mediante un apoyo (en ocasiones velado y en ocasiones claro y directo) a los grupos prorrusos del Este del país, propiciando una escalada de violencia cuyas consecuencias, lamentablemente, están siendo de sobra conocidas.     

 

Parece, por tanto, que la relación entre la UE y Ucrania no solo es un diálogo bilateral sino que también debe tener en cuenta la relación especial de Moscú y Kiev. La condición de Ucrania como vecindad compartida implica que cualquier conflicto de intereses entre Rusia y la UE suponga una grave amenaza para la soberanía del Estado Ucraniano. Si en la anterior entrada veíamos que para obtener el mejor resultado posible del AA la UE tendrá que plantear unos incentivos más directos y cortoplacistas, la idea que se desprende de esta segunda parte es que la implementación de este acuerdo también requerirá una relación transparente y fluida entre Rusia y la UE, una relación amistosa que requerirá un nuevo marco para el diálogo entre ambos actores.  El embargo impuesto por Rusia a los productos alimenticios europeos, que está afectando a numerosos Estados de la Unión y ha obligado a la Comisión a desembolsar una ingente cantidad de dinero en concepto de compensaciones a los agricultores, parece una acción sacada de la época de la Guerra Fría y no hace sino confirmar la necesidad de cooperación entre ambos actores, pues ya no solo se trata de un conflicto ideológico sino que ha pasado a convertirse en una cuestión comercial con implicaciones directas y tangibles para la ciudadanía. 

 

En este contexto, y teniendo en cuenta que el recién firmado AA (y su correspondiente DCFTA) impide en teoría el ingreso de Ucrania en la Unión Aduanera Euroasiática, debemos mencionar que esta UAE pasará a convertirse, en enero de 2015, en la Unión Euroasiática. Este cambio convertirá lo que hasta ahora había sido una simple organización de integración económica en una organización de integración política. Las palabras de la Canciller Merkel en la cadena de televisión alemana ARD el 24 de agosto parecen dejar la puerta abierta a que Ucrania participe en mayor o menor medida en este nuevo proyecto, lo que ayudaría a calmar la inquietud psicológica de la clase política rusa respecto a la necesidad de contar con Ucrania como parte de este nuevo proyecto (en el que ya participan Rusia, Bielorrusia y Kazajistán). La retórica de Merkel, además, pone de manifiesto que una decisión de este tipo dependería única y exclusivamente del Gobierno ucraniano.

 

Aunque estas palabras puedan verse como una luz al final del túnel que ayude a poner fin a la crisis de Ucrania (y de hecho deben ser acogidas positivamente), aún no está del todo claro si la Canciller las ha pronunciado en tono europeo o si más bien se trata de una decisión puramente alemana, pues la interdependencia comercial de este Estado con la Rusia de Putin es de sobra conocida. En este último caso podría pensarse que Berlín ha decidido recuperar la normalidad en sus relaciones comerciales con Rusia a espaldas de la política exterior de Bruselas. Algunos funcionarios europeos ya han mostrado su malestar respecto a una posible integración o colaboración de Ucrania con la Unión Euroasiática, afirmando que supondría «la muerte de la Asociación Oriental y una catástrofe para la política exterior europea». Sin embargo esta afirmación parece un tanto tremendista si se tiene en cuenta que, como ya ha dicho Merkel, resulta imposible saber qué tipo de relación podrá establecerse entre Ucrania y la Unión Euroasiática puesto que se trata de un proyecto que aún no existe. 

 

En medio de esta maraña de declaraciones veladas y dobles sentidos, si hay algo que parece innegable es el hecho de que este nuevo proyecto de integración regional auspiciado por Rusia parece haber llegado para quedarse, y por tanto la UE (una vez confirmada la voluntad europea de Kiev), debe encontrar el modo de convivir con esta nueva organización en el patio de Ucrania. Si tenemos en cuenta que lo que supondría el DCFTA en última instancia sería una interacción Ucrania-UE similar a la que tienen los estados del Espacio Económico Europeo, no resulta descabellado pensar que Kiev podría participar en mayor o menor medida y de forma voluntaria en la Unión Euroasiática, evitando así más conflictos de intereses y ayudando a crear un espacio de cooperación que abarcaría (aunque pueda parecer excesivamente grandilocuente) desde Lisboa a Vladivostok. En caso de hacerse realidad esta idea resultaría cuanto menos absurdo hablar de un fracaso de la política exterior europea.     

 

 

Enrique Sala Ledesma

Licenciado en Filología Inglesa

Máster en Estudios de la Unión Europea

 
 

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