Luis N. González Alonso
Director del Centro Europe Direct de Salamanca
Y no me refiero, como es obvio, a su forma de organizar el tráfico rodado, sino al modo de afrontar su futuro y de definir su posición en un mundo que, por cierto, tiene poco que ver con aquel en el que se produjo la incorporación del Reino Unido al proceso de integración europea. Las cosas han cambiado mucho, en efecto, desde aquellos primeros años setenta del siglo pasado y, si algo resulta evidente, es que esos cambios no van precisamente en la línea por la que parece haber optado una mayoría del electorado británico el pasado 23 de junio.
No cabe duda de que a los europeos nos está costando especialmente adaptarnos a esa nueva realidad; las costuras del traje que con tanto esfuerzo hemos ido diseñando a lo largo de las últimas décadas para organizar nuestra convivencia van saltando por los aires crisis tras crisis y ello genera, no ya preocupación, sino frustración e incluso indignación porque las consecuencias son muy graves y afectan directamente a muchas personas, ya sean ciudadanos de la Unión que han visto deteriorarse sus condiciones de vida o extranjeros que buscan desesperadamente alcanzar nuestras fronteras.
Ahora bien, que en su configuración actual la UE diste mucho de ser la mejor de las posibles, como ocurre sin ir más lejos con el funcionamiento de nuestros propios sistemas democráticos nacionales, no quiere decir que deshacer el camino andado sea una buena idea; me atrevería a afirmar que ni siquiera es una opción viable, ni por supuesto cabal, a no ser que apostemos por una especie de suave “suicidio colectivo”. No es mi intención caer en el catastrofismo invocando el tipo de argumentos que tan poco eficaces se han revelado en el debate previo al referéndum sobre el Brexit, pero basta con repasar la galería de líderes políticos que, dentro y fuera del Reino Unido, han celebrado con más entusiasmo el resultado de la consulta para, cuando menos, inquietarse seriamente. Me resisto a pensar que la visión de Europa, y del mundo en general, que representan pueda llegar un día a ser mayoritariamente respaldada por nuestras sociedades. Más que nada porque ello supondría un grave retroceso para la civilización y para la Humanidad en su conjunto.
Y es que a veces perdemos de vista que la integración europea es y ha sido siempre un proyecto de vanguardia, en cierto modo adelantado a su tiempo, extremadamente sofisticado y por ello en ocasiones difícil de comprender, pero dirigido a dar respuesta a los grandes desafíos a los que nos enfrentamos mediante soluciones innovadoras, arriesgadas y cuyo éxito, por tanto, no está siempre garantizado. ¿Quiere ello decir que debamos/podamos renunciar a construir por esta vía nuestro futuro en común? Si no nos importa convertirnos en una especie de “parque temático” para el resto del mundo, al que americanos, asiáticos y, dentro de algunas décadas, ojalá también africanos acudan a recrearse con los vestigios del pasado glorioso del que sin duda disfrutaron muchos de nuestros viejos Estados-nación, no veo mayor inconveniente. Si, en cambio, apostamos por preservar los aspectos esenciales del modelo de organización económica, política y social del que decimos sentirnos tan orgullosos, adaptándolo en lo que sea necesario a la nueva realidad circundante para convertirlo de nuevo en referente para el mundo, no creo que podamos hacerlo más que a través de los mecanismos de la integración; corregidos y mejorados, desde luego, aunque sin renunciar nunca a su identidad básica que tantos logros nos ha permitido cosechar durante estas décadas.
Tras años extremadamente turbulentos y muchos frentes sin cerrar, la gestión del Brexit constituye otro desafío colosal para una Unión Europa “muy tocada” e instalada desde hace tiempo en una nebulosa incertidumbre sobre su futuro, que ahora se acrecienta exponencialmente. Me temo que al célebre mantra keep calm and carry on habrá que sumar en este caso, además de ese liderazgo político que tanto escasea, enormes dosis de convicción en los principios sobre los que siempre se ha fundado un proyecto colectivo, al que, seamos serios, no podemos permitirnos el lujo de renunciar.
Luis N. González Alonso
Director del Centro Europe Direct de Salamanca
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