Alejandro Sánchez Frías, graduado en Derecho, antiguo alumno del Máster en estudios de la Unión Europea y del Colegio de Brujas, actual doctorando.
Quod natura non dat, Salamantica non praestat. Más de una vez escuché este proverbio latino en las calles de tan docta ciudad, a la que me dirigí como estudiante de postgrado por recomendación de mi directora de tesis. Difícil es imaginar una universidad más idónea para estudiar derecho internacional y europeo que aquella en la que Francisco de Vitoria le insufló su humanismo. Y, aunque Salamanca no preste, sí nos ayuda a despertar aquello que está hibernando en nuestro interior.
En mi caso, lo que Salamanca despertó fue el afán de conocer más de ese apasionante mundo que es el derecho de la Unión Europea. Durante las clases impartidas por profesores altamente especializados, me convencí de que un año de estudios generales sobre la Unión Europea no era más que el comienzo. Tras un tortuoso proceso de selección fui admitido, gracias a los conocimientos adquiridos en tierras malagueñas y salmantinas, en un lugar llamado Colegio de Europa. Localizado en la flamenca ciudad de Brujas, hermana de Salamanca como capital de la cultura en 2002, esta institución creada en 1949 ofrece algunos de los más prestigiosos másteres sobre derecho, economía, políticas y relaciones internacionales.
La perspectiva de estudiar un máster tan exigente como el de Derecho Europeo en inglés y francés, lengua con las que hasta entonces no había trabajado, me hizo entrar en un primer periodo de pánico. El remedio consistió en unos cursos de francés en Bruselas durante el mes de agosto y los introductorios (y voluntarios) del propio Colegio. Para la primera clase real del máster yo ya conocía a algunos compañeros desde hacía 5 semanas. Tuve lo que puede llamarse el “pack completo” o, en palabras de uno de mis grandes amigos allí, la de un estudiante “requemado”.
Y es que pasar de ser un estudiante de Salamanca a uno de Brujas no implica únicamente adoptar otras lenguas, dedicar una (hasta entonces para mí) inaudita cantidad de tiempo al estudio y disfrutar de los conocimientos impartidos por algunos de los académicos y profesionales más conocidos en cada materia. Como bien se anuncia desde el principio, es una experiencia social. Más de trescientos alumnos y cuarenta nacionalidades conlleva aceptar otros puntos de vista y aceptar los propios. Soportar la presión en esta “burbuja” tan competitiva puede resultar asfixiante. Las dos claves para sobrevivir, según mi experiencia: contar con un buen grupo de amigos que mantengan tu cordura a flote y escapar de cuando en cuando de ella (las entrevistas de trabajo en Bruselas, aunque a veces divertidas, creo que no entrarían en esta última categoría).
Tras diez meses de trabajo, con el título bajo el brazo y un premio por mi tesis, puedo decir que Brujas ha sido una de las mejores experiencias vitales que he tenido hasta la fecha. El resultado no es únicamente un apartado en el currículum que ayuda enormemente a encontrar trabajo, algo de lo que tan necesitado estamos en estos días, sino un grupo de compañeros extraordinarios con los que sé que puedo contar. Y, para quien esté pensando en ir a Brujas y aún tenga dudas, un incentivo más: es la excusa perfecta para escapar al extranjero y disfrutar de la hospitalidad de quienes un día también vendrán a visitar tu ciudad natal. Un ejercicio que, como diría Mark Twain, tiene consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente.
Alejandro Sánchez Frías, graduado en Derecho,
antiguo alumno del Máster en estudios de la Unión Europea
y del Colegio de Brujas, actual doctorando.
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