Miguel Ramos González, alumno del Grado en Derecho
de la USAL y miembro de la Asociación ELSA.
Es sabido por todos que el país del Sol Naciente, tercera economía mundial y uno de los eternos protagonistas en el escenario internacional de las finanzas, ha cuidado con esmero durante décadas su provechosa relación con los Estados Unidos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Tokio ha venido siendo el principal aliado de Washington D.C. en Asia, un continente donde el Tío Sam ha encontrado más hostilidades que relaciones amistosas. El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) representaba la culminación del proceso de acercamiento e influencia mutua que ambos países habían cultivado durante décadas, con la creación de una zona de libre comercio alrededor del Pacífico.
Pero llegó el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. El odiado y admirado a partes iguales Donald J. Trump jura su cargo el 20 de enero de 2017, provocando un tsunami (del japonés «津» tsu, puerto o bahía, y «波» nami, ola) de tensiones e incertidumbre a nivel mundial. El país nipón no fue una excepción, ya que no habían sido pocas las veces en que Trump amenazó con retirarse del TPP antes de ganar las elecciones generales del 8 de noviembre de 2016. A pesar de que las relaciones entre ambos países siguen siendo excelentes (no podemos olvidar que Shinzo Abe fue el primer mandatario extranjero en visitar a Donald Trump, antes incluso de ser investido, y ya ha visitado la Casa Blanca en otra ocasión en lo que va de año), no han servido para evitar la salida del país norteamericano del tratado de libre comercio. Con la retirada de Estados Unidos del TPP, y la consecuente pérdida del principal estado miembro del tratado, las otras partes no encuentran sentido a continuar participando en dicho proyecto.
Las dudas que ha suscitado la imprevisibilidad de la Administración Trump acerca de la fiabilidad de Estados Unidos como socio comercial han sido demasiadas, incluso para un aliado fiel y paciente como es Japón. Un ejemplo de ello se dio el 5 de enero de este año, cuando amenazaba a la poderosa corporación Toyota con hacerle pagar más impuestos si no construía nuevas fábricas en el país norteamericano. En defensa de la empresa salieron dos hombres de confianza de Shinzo Abe: el ministro portavoz del Ejecutivo, Yoshihide Suga, y el ministro japonés de Economía, Comercio e Industria, Hiroshige Seko; y es que el sector automotor es el protagonista indiscutible de las exportaciones niponas.
Esta situación ha provocado que Japón, que tradicionalmente ha buscado estrechar lazos comerciales sobre el Pacífico, mire hacia el Oeste por primera vez en décadas. Las relaciones entre la Unión Europea y Japón han ido evolucionando tímidamente desde la Declaración Conjunta de 1991 y el Plan de Acción para la Cooperación del año 2001. Como consecuencia de los mismos, todos los años se celebra la cumbre bilateral Unión Europea-Japón, unas reuniones de alto nivel en las que se discute en qué materias van a colaborar ambas partes a corto y medio plazo. La de este mes de marzo ha tenido una importancia especial: sus representantes han declarado que esperan finalizar este mismo año las negociaciones, que se encuentran en una fase decisiva, del tratado de libre comercio que ambos van a suscribir. Tanto Japón como la Unión Europea buscan reafirmar con este ambicioso acuerdo su apoyo firme al libre comercio mundial, amenazado en los últimos tiempos por las “preocupantes tendencias proteccionistas” que ha denunciado Abe en Bruselas. Tal es la prioridad de Europa por cerrar el tratado de libre comercio con Japón, que ha dejado en un segundo plano las negociaciones con el Mercosur para el mismo fin, y una modernización del acuerdo comercial con México.
Por otro lado, y a pesar del peso fundamental que tienen la economía y el comercio en las relaciones bilaterales entre la UE y Japón, hay otros campos en los que la colaboración entre ambos está cobrando una importancia cada vez mayor: el intercambio académico y científico ha florecido en los últimos años gracias a programas como Horizon 2020, que ha permitido desarrollar proyectos conjuntos en materia de ingeniería aeroespacial (proyecto IRENA), aeronáutica (HIKARI), energía fotovoltaica (CPV) o ciberseguridad (NECOMA). La Unión Europea también ha venido desarrollando programas culturales en Japón para aumentar el grado de conocimiento que la sociedad japonesa tiene acerca de su funcionamiento e instituciones. Destacan los EU Film Days, días de proyección de películas europeas en Tokio, el programa MIRAI, para el intercambio de estudiantes de instituto y el programa Erasmus +, que permite a muchos universitarios realizar parte de sus estudios en el país oriental.
Pero por encima de todas las relaciones enunciadas, los valores más importantes que tienen en común la Unión Europea y Japón son un profundo respeto por la democracia, la defensa del Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos: unos rasgos que comparten y que hacen que, ante el actual alejamiento de su principal aliado, el país del Sol Naciente esté buscando en Europa un importante socio natural. Y no parece que vaya a tardar mucho en encontrarlo.
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