Participantes de proyectos Erasmus +
El viaje hacia nuevos países toma como destino fortuito la médula del propio. Nunca pensé decir algo así, yo, que busco en la orbe oportunidades para huir del patriotismo más avaro. Seducida por Europa, desde sus gentes hasta sus naciones; fascinada por aquellos capaces de encarnar lo mejor de sus tierras desde el papel foráneo.
El programa Erasmus+ me ha enseñado a inferir las virtudes de jóvenes que, sin deslindar fronteras, estiman el valor de su cultura. Apreciar los rasgos distintivos como una sazón didáctica libera nuestras mentes. Cuando comprendes que todo lo conocido está al servicio del mundo, sientes que toda nación es casa y todos los hombres amigos.
Enseñar es aprender, convertir tus conocimientos en una maleta llena de regalos que vacías para llenar de cosas nuevas, una y otra vez. Ciudades, rostros, voces; gastronomía, danza, verbos. Puedes entusiasmarte con lo extraño o quizá entregar con pasión lo personal, pero siempre, debes ser agradecido con aquellos que se atreven: atreverse a mostrar, atreverse a saber.
No es el pasado sino una lección para vivir el presente. La convivencia entre los países fortalece a sus miembros. Europa debe afanarse en ser ese verdadero club de amigos en el que todos son tan iguales como distintos, todos ellos valiosos.
El nuevo mundo se construirá de culturas que no apuestan por la supremacía, sino por la convivencia más generosa. Lo he visto en los ojos de las personas que han compartido conmigo este verano: austriacos, croatas, checos, alemanes, italianos, polacos, rumanos, eslovenos, eslovacos, españoles, búlgaros, griegos, turcos, británicos, afganos y belgas…humanos.
Este texto nace a partir de la participación en los proyectos “Future Europe, Future You” y “Échange à travers le Sport” en el marco del programa Erasmus+ de la Comisión Europea.
Teresa Martín
Participante de los proyectos Erasmus +