Pablo Francisco Doucet Sanchez
Graduado en Economía y estudiante del Máster en Investigación en Administración y Economía de la Empresa en la USAL
El referéndum celebrado en junio de 2016 es uno de los acontecimientos clave en la historia reciente de Reino Unido. El británico votó finalmente por el Brexit, cambiando por completo el rumbo —sobre todo en lo que a relaciones con la Unión Europea se refiere— emprendido desde que el país se adhirió a la Comunidad Económica Europea en 1973. Pero, ¿qué significa Brexit? A pesar de la clarividente definición de Theresa May “Brexit means Brexit”, la división de su gabinete y el termómetro de la opinión pública británica nos permiten intuir que los británicos no son conscientes de qué han votado. Y no es de extrañar.
El problema se vio amplificado cuando se propuso al pueblo británico que eligiese entre dos alternativas políticas cuando al menos se trataba de una elección entre tres alternativas claramente diferenciadas: permanecer en la Unión Europea; un soft Brexit (por ejemplo la ‘opción Noruega’); y un hard Brexit. Se sabía entonces, y cada vez se evidencia con más claridad en el transcurso de las negociaciones, que el ‘modo de salida’ generaba dos posturas políticas dentro del Leave que incluso han resultado ser irreconciliables: el defensor de un Brexit duro concibe la salida ‘a medio camino’ como poco menos que una traición a los electores británicos, anteponiendo incluso el permanecer en la UE antes de aceptar un acuerdo que relegue al país a un “estado de vasallaje”, en palabras del ex ministro de asuntos exteriores Boris Johnson.
Por tanto, plantear a los electores británicos una versión simplificada de las alternativas políticas pudo provocar una desviación significativa de las preferencias reales de los votantes simplemente por el modo en el que se realizó el proceso de elección política. Es posible ilustrar esta desviación mediante el siguiente ejemplo. Imaginemos una sociedad con tres votantes, cuyo orden de preferencias respecto a los tres escenarios anteriormente planteados, parecen preponderar en la situación política actual:
En primer lugar, el votante 1 se decantaría por el Leave y preferiría una salida por la ‘vía dura’, esto es, desearía que Reino Unido volviera a tomar el control de sus fronteras, saliera del Espacio Económico Europeo y negociara nuevos tratados comerciales desde la casilla de salida que ofrece la Organización Mundial del Comercio (OMC). Lo curioso con respecto a este votante 1 es considera que un acuerdo intermedio es una ‘traición’ a la voluntad de los británicos que apoyó la salida de Reino Unido de la UE, de modo que, antes de seguir ‘atados’ a las normas europeas pero perdiendo su presencia en las instituciones, preferiría mantenerse dentro. En segundo lugar, el votante 2 opta por el Remain, y si Reino Unido ha de salir, prefiere un soft Brexit y mantener todos los vínculos posibles con la UE. En último lugar, el votante 3 prefiere una salida soft, en la medida en que considera crucial el mantenimiento de algunos beneficios derivados, por ejemplo, del acceso al Mercado Único. Por ello, aunque su prioridad es el soft Brexit, siempre preferirá permanecer en la UE antes que un hard Brexit. Establecidas estas preferencias, vemos como, si bien la 1º preferencia daría un empate a las distintas opciones, la 2º preferencia desempataría esta situación a favor del Remain. Sin embargo, si solo damos la opción de Leave o Remain, como fue el caso del referéndum, efectivamente habría una mayoría a favor del Leave.
Como vemos en la tabla, las mismas preferencias dan lugar a distintos resultados en función del proceso de elección. Este ejercicio de aritmética ilustra la problemática de presentar al votante una simplificación de las opciones políticas y cómo cambiando las reglas de votación —esto es, si en vez de presentar la opción binaria se hubieran ordenado las preferencias de al menos las tres alternativas políticas que plantea la realidad política del Brexit—, los resultados cambian y generan una duda legítima sobre la calidad democrática del referéndum.
Si observamos las encuestas realizadas por el British Election Study (BES) podemos corroborar el argumento de la ineficiencia de la elección binaria. Los datos recogidos por el BES ilustran muy bien ciertas contradicciones del electorado británico en torno a las expectativas de cómo iban a solventar algunos temas clave movilizados durante la campaña electoral: el control de la inmigración y el acceso de sus empresas al mercado único. Según el BES, la pérdida de acceso de las empresas británicas al mercado único era considerado por la mayoría del electorado como un hecho negativo. Como señala el Gráfico 1, el 45% de los leavers (frente al 29%) consideraba que las empresas británicas accederían al mercado europeo de la misma forma que venían haciendo. Si finalmente el Brexit significase hard Brexit y la inaccesibilidad al Mercado Único, ¿Cuántos de ellos preferirían permanecer en la UE? ¿Hubiese cambiado el resultado si pudieran haber elegido entre tres posibles escenarios?
Lo mismo ocurre con respecto a la inmigración. La mayoría de los partidarios del Leave eran muy positivos con respecto a ‘tomar el control’ de las fronteras después de la salida de Reino Unido de la Unión. La gran mayoría de votantes del Leave afirmaban que Reino Unido generaría algún control (cuando no el control completo) de la inmigración cuando los términos de retirada estuvieran establecidos (Gráfico 2). ¿Cuál hubiese sido su elección política si hubiesen sabido que el Leave podría significar una salida ‘a medias’ que mantendría la libre circulación de personas? Si finalmente iban a tener que realizar concesiones con respecto a la libre circulación y, en consecuencia, mantener una situación similar a la previa al referéndum, ¿Hubiesen preferido no perder su presencia en los procesos de decisión de la UE?
¿Eran conscientes de que la UE no iba a permitir la división de las cuatro libertades, entre ellas la libre circulación de personas? El Gráfico 3 refleja la confusión de los leavers en torno a esta cuestión. Resulta curioso observar como muchos de los leavers afirmaban fenómenos que son políticamente incompatibles: que Reino Unido tomaría el control de la inmigración, que sus empresas seguirían accediendo al mercado único como lo venían haciendo hasta ahora, y que tendrían que aceptar la libertad de movimientos para acceder al mercado único (Gráfica 3). Todas estas contradicciones no añaden sino incertidumbre en torno al nivel de consciencia con el que se realizó la votación.
En definitiva, la confusión a la que se vió sometida el electorado británico y las limitaciones de la elección binaria propuesta en el referéndum de 2016 dejan muchas dudas sobre si la voluntad política del electorado británico quedó reflejada correctamente en este ejercicio de democracia directa. Si algo hemos aprendido de la experiencia británica es que los procesos de elección política no son perfectos y que los resultados pueden presentar importantes desviaciones con respecto a la voluntad real del electorado. ¿Tendrán en cuenta los diputados británicos estas desviaciones a la hora de aprobar o no el acuerdo propuesto por Theresa May el próximo 11 de diciembre?
Pablo Francisco Doucet Sanchez
Graduado en Economía y estudiante del Máster en Investigación
en Administración y Economía de la Empresa en la USAL