Coincidencia o no, 2022 fue declarado en su momento por la Comisión “Año Europeo de la Juventud”. Nadie podía imaginar entonces lo que después ha ocurrido y continúa ocurriendo en Ucrania cuando nos disponemos a celebrar una vez más el 9 de mayo, el “Día de Europa”. Porque si la barbarie de una agresión absolutamente injustificable y de sus dramáticas consecuencias nos tiene conmocionados a todos desde hace más de dos meses, supongo que la perplejidad, la sensación de irrealidad será mucho mayor entre nuestros jóvenes: esa generación para la que, no ya la paz o la estabilidad, sino la interconexión absoluta, la ausencia de barreras para viajar, estudiar, plantearse el futuro laboral o compartir ideas y relaciones personales más allá de cualquier tipo de frontera y en un entorno de valores comunes, constituyen afortunadamente parte esencial e irrenunciable de su forma de entender la realidad.
Y es que quizá esta última, más que cualquiera otra de las ya varias “crisis sin precedentes” que les ha tocado vivir en un breve lapso de tiempo, esté contribuyendo a que los jóvenes europeos tomen plena conciencia de lo que la Unión representa.
A la generación de europeos que todavía guardaba el recuerdo directo de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial no hacía falta explicarle que la “Europa unida” que comenzaba su andadura en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado no había caído del cielo y que, por tanto, no debía darse por supuesta; lo mismo le ocurrió en cierto modo a la generación de españoles que trabajó incansablemente por “entrar en Europa” y que pudo por fin disfrutarlo a partir de 1986.
Pero, como es lógico, todos tendemos a acomodarnos y a dejar de valorar en su justa medida aquello que nos viene dado, que forma parte de nuestras vidas y que siempre hemos visto crecer y consolidarse, aunque en el fondo sea el resultado de un proyecto extraordinario e inédito en la Historia. Sin ir más lejos, a cualquier joven universitario de la UE le parecería inconcebible en estos momentos –ahora que conmemoramos el trigésimo quinto aniversario del Programa Erasmus- verse privado de la posibilidad de pasar una temporada estudiando con absoluta normalidad en alguna universidad de un Estado miembro distinto al suyo; algo que, con razón, tiende a considerar casi como un “derecho adquirido”, pese a su excepcionalidad objetiva.
Estoy convencido, sin embargo, de que no solo la guerra en Ucrania, sino el panorama general y nada fácil –pandemia incluida- al que los jóvenes europeos se han visto confrontados en los últimos años está despertando en ellos una renovada conciencia europeísta.
Ya se percibió en las elecciones al Parlamento Europeo que tuvieron lugar en 2019, en pleno proceso del Brexit –que, por cierto, suscitó un notable rechazo entre los jóvenes británicos- y en las que gran parte del incremento en la participación respecto de comicios anteriores se debió precisamente al mayor interés que despertaron en los menores de treinta años y, en particular, entre quienes ejercían por primera vez su derecho al voto.
Lo hemos vuelto a constatar después en el desarrollo de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, ese gran ejercicio de participación ciudadana que se inició hace ahora algo más de un año y cuyas conclusiones definitivas serán presentadas este 9 de mayo en Estrasburgo. Tal vez esta experiencia sin precedentes de democracia participativa no haya conseguido concitar la atención mediática y social que se pretendía, pero la movilización que ha provocado entre todo tipo de asociaciones y grupos de jóvenes ha sido realmente destacable. Su implicación en las distintas dimensiones de los trabajos de la Conferencia (a través de la Plataforma Multilingüe, de numerosas contribuciones a los paneles de ciudadanos y a otro tipo de eventos nacionales y europeos, incluso al propio Plenario), además de resultar muy fructífera, revela un saludable interés y una esperanzadora preocupación por nuestro futuro compartido en Europa. Ahí está para corroborarlo, por ejemplo, la Declaración que a comienzos del pasado mes de abril aprobaron una quincena de organizaciones de jóvenes españoles reunidas en Alicante para consensuar propuestas concretas de cara al momento decisivo de la Conferencia.
En fin, la construcción europea siempre ha sido un proceso abierto y evolutivo, permanentemente inacabado y, por tanto, en constante reinvención, sobre la base –eso sí- de unos valores irrenunciables que nos definen como europeos y con los que cada generación debe ir renovando su compromiso en circunstancias a veces muy distintas a las de aquellas que le precedieron. Por lo que a la actual generación de jóvenes europeos se refiere, no me cabe la menor duda de que, pese a las dificultades y a la incertidumbre que nos rodea, el futuro de nuestra Unión está garantizado.
¡Feliz Día de Europa 2022!
Luis N. González Alonso
Director del Centro Europe Direct